miércoles, 12 de agosto de 2009

Historias de la brisa marina











Los días y semanas en Myrtos, pasaban casi sin sentir. Algo tenía aquel lugar y sus habitantes, que hacían olvidar el tiempo. Sería su mar tan lejano y azul, serían las tardes soleadas sobre la blanca arena, sería la amabilidad de sus extrañas habitantes, o sería la brisa, aquella brisa acariciante, que parecía susurrar secretos nunca dichos.
Las tardes pasaban alegremente, entre risas y chapuzones. La escena se repetía cada tarde. Las gatas se introducían en el azul y en contacto con el agua se alargaban y cubrían de escamas y su pelaje, se convertía en una larga cabellera. Una vez en la orilla, cuando el sol se ponía y la arena se convertía en polvo dorado, volvían a ser gatas. Era entonces, cuando se contaban historias lejanas o próximas, de las gentes que vivían a orillas de aquel inmenso azul.

Tusha andaba un poco tristón en los últimos tiempos, porque ya llevaba dos años en aquel lugar y seguía sin encontrar a sus humanos tan queridos. Era feliz con sus viejos amigos y con todos los nuevos que iba conociendo, pero segúia echando de menos a Ama y a Schatzy y también a Amo y cómo le quitaba el sitio en el sofá. Locky llevaba casi un año, pero el haber encontrado a su hermana Edda, le había compensado de todo.

Fué Sofía, la gran sacerdotisa, la que se acercó a el aquella tarde a Tusha y le dijo: "Querido amigo, no debes estar triste, el tiempo hace que los seres que realmente se aman, vuelvan a encontrarse, no importa el tiempo ni la distancia y, para demostrártelo, te contaré un par de historias". "Acercáos todos y escuchad". "La primera, ocurrió en una ciudad a la orilla de nuestro gran azul, allá en el oeste. Una gaviota llamada Stavros, que volaba hacia el oeste, se posó una mañana en una vieja torre. A lo lejos, se oía una gran algarabía. "¿Quien eran aquellos seres y porqué gritaban todos a la vez?". Notó que alguien le obsevaba y al levantar la vista, se encontró con los redondos ojos de un ser de maravilloso plumaje rosado. "¿Quien eres tu?", preguntó Stavros."Soy una cacatúa rosa, hija y pariente de generaciones y generaciones procedentes del Gran Jardín. Mi especie procede de tierras tropicales, mucho más al sur, pero vivíamos en cautividad y teníamos la vida resuelta, hasta que a alguien se le ocurrió soltarnos y abandonarnos a nuestra suerte. Desde entonces sobrevivimos como podemos y anidamos en las hoquedades de esta antigua torre. Al atardecer, recorremos volando la ciudad buscando alimento aquí y allá. La ciudad no es un lugar fácil ni amable. El cemento hace que en verano, el calor sea insoportable y en invierno la humedad puede calar hasta matarte". "¿Porqué nunca volvísteis a vuestra tierra de orígen"?, preguntó Stavros. "Porque ya no sabemos volver y el viaje sería demasiado largo", contestó la cacatúa rosa. Siguieron hablando durante muchos días. El le contó de sus islas y de su mar profundamente azul, de los pueblecitos blancos..... Al final, se hicieron inseparables. Stavros se alejaba volado hacia la costa y siempre volvía planeando. Pero llegó un día que la nostalgia por su tierra, su mar y su gente fué creciendo y tuvo que marchar. La cacatúa rosa estaba tan triste que no se atrevía ni a mirarle. "Vuela conmigo", le dijo Stavros. "No podría, aunque quisiera, porque mis alas ya no están preparadas para un viaje tan largo". "Está bién, yo volveré, pero hasta entonces, cada vez que la nostalgia sea insoportable, batiré mis alas con fuerza, y entonces sabrás que estoy pensando en ti. Notarás una fresca brisa que acariciará tu cara y arremolinará tus plumas. Recuerda siempre que aunque esté lejos, la misma luna y el mismo sol nos iluminarán".
Pasaron las semanas, durante las cuales, sopló un fresco viento en la ciudad de cemento. La cacatúa sabía... y oteaba cada mañana las brumas del amanecer. Una tarde, con la puesta de sol, Stavros volvió. De vez en cuando marchaba de nuevo con los suyos, pero siempre volvía con la cacatúa rosa, que sabía entenderle y le había sabido darle aquella amistad tan especial".

"Bonita historia, pero, ¿que tiene que ver conmigo?", preguntó Tusha. "Todo", le contestó Sofía, "es una muestra de que cuando dos seres se quieren de verdad, más pronto o más tarde, volverán a estar juntos. Todos vosotros volvereís a reuniros, pero no tengas prisa, deja que tus humanos cumplan su ciclo vital. Así debe ser. Según el designio de la naturaleza, sus vidas son más largas y deben cumplir su destino."