viernes, 11 de abril de 2008

Y de nuevo el viento....







Llevábamos ya varios meses en aquella maravillosa ciudad. Nuestros nuevos amigos, se resistían a dejarnos marchar. Los humanos nos mimaban y nos proveían de todo tipo de comodidades y nunca nos faltaba nuestra leche caliente. Durante el frío invierno, cuando estaba cubierto de blanco, solíamos refugiarnos en algún lugar cálido y siempre surgía algo que celebrar o alguna nueva historia que contar.

Nosotros les contamos de nuestra ciudad, en la que durante varios dias el cielo se volvía de brillantes colores y en la que en primavera florecían los naranjos en las calles.

Gatsby, que llevaba algunas semanas muy nostálgico, les habló de Amo y Ama y de nuestra querida Schatzy, con sus ojos pintados.

Tusha les contó la historia de aquella pareja de tórtolas que haciendo frente a la lluvia y el granizo, crió a sus pequeños y frágiles hijos.

Dandy y Gina hablaron de su maravilloso jardín, en el que que al llegar el otoño los árboles se teñían de amarillo y rojo.

La bella Giulietta nos contó de una ciudad en la que unos amantes, cuyas familias eran enemigas, prefirieron morir, antes que renunciar a su amor. Conocía muy bien la historia, porque de ella provenía su nombre.


Hacía días que había entrado la primavera y la ciudad se había cubierto de pequeñas flores amarillas y de preciosos iris violetas, símbolo de la ciudad, pero aquella tarde, el viento soplaba con mucha fuerza. Se colaba por todos los resquicios y silbaba. Los árboles se movían de un lado al otro y sus ramas, casi se doblaban.
Las nubes se arremolinaban en el cielo. Fué en aquella noche tan desapacible, cuando Azzurra nos contó de una ciudad muy, muy antigua llamada GATIBONA, en la que los gatos eran famosos y eran considerados ciudadanos como los humanos . En aquella ciudad, los gatos se movía a su antojo por los antiguos monumentos y ruinas de tiempos lejanos y eran admirados por propios y extraños. Al oir aquello, nos miramos y, por alguna extraña razón, de nuevo se despertó en nosotros el espíritu viajero. Tal vez fuera el viento que impulsa a los espíritus inquietos, tal vez las historias de nuestros amigos. No iba a sernos nada fácil dejar la querida ciudad y tantos buenos amigos, pero algo nos decía que pronto sería el momento de continuar nuestro viaje.